Un joven pescador cada madrugada cogía sus aparejos y en una pequeña barca, salía en busca de esas preciadas joyas plateadas.
Un buen día una gran tormenta llegó a la costa donde éste faenaba. Pero el pescador, aún así, salió en busca de su anhelado tesoro plateado sin esperar a que la tormenta amainara.
La tormenta se hizo más fuerte y se avivó, como si al ver al pescador desafiándola se hubiera enfurecido y empujó a éste contra las rocas con gran fuerza.
La barca chocó contra ellas y se rompió en pedazos. Los aparejos se hundieron en el agua junto a ella, arrastrados por la furia de la tormenta.
El pescador, a duras penas, pudo salvarse ayudado por un viejo marinero que le había estado observando en tan imprudente hazaña.
El joven pescador, sentado en una roca miraba al mar lamentando entre lágrimas el grave error que había cometido.
"¿Qué has aprendido hoy?", le preguntó el experimentado marinero.
Y éste prosiguió tras una breve pausa: "Por mucho que anheles conseguir algo en esta vida, no te lances en medio de una tormenta con una simple barca.
Siempre llega la calma tras toda tormenta. Asegúrate por tanto de preparar bien tus aparejos y tu barca. Aprovecha la tormenta y haz más fuerte y resistente que nunca esa barca, porque sólo así estarás preparado para cuando la tormenta amaine.
No olvides tener paciencia. Si te lanzas en medio de una tormenta y ésta destruye tu débil barca, ya no tendrás nada con lo que lograr tu objetivo."
El marinero entonces se levantó de la roca donde se hallaba junto al pescador, y le dijo:
"No te preocupes, te regalaré una barca y aparejos para que puedas volver a pescar.
Yo también fui joven e imprudente y cometí los mismos errores, sólo que yo no llevaba una barca en aquella tormenta, si no un frágil corazón"
(Antonio González)
No hay comentarios:
Publicar un comentario